SAN SILVESTRE MONOVERA 2019



El pasado fin de semana había muchas opciones para participar en carreras populares, todas ellas igual de atractivas y ya conocidas. El 21, las 3 vueltas del pavo en Los Torraos, Ceutí, prueba en la que no he fallado los últimos tres años. El 22, Aspe, con su exigente medio maratón, 11km y la recién estrenada prueba de 5km, otra conocida a la que no asisto hace demasiado tiempo ya. Pero, por encima de todas estas, para mí, la que reunía todo lo que quería para una carrera en este punto de la temporada, por distancia, perfil, recorrido y ambiente era la San Silvestre Monovera, prueba por la que me decidí finalmente.
Lo tuve claro el año pasado cuando crucé su meta. Volvería, intentando llegar descansado, para disfrutarla al máximo. Las cuestas, los escalones, su casco antiguo... con solo 5km aquella carrera merecía correrse con las piernas descansadas, así que tocaba olvidarse este año de Los Torraos la mañana anterior para llegar al domingo fresco y con las pilas cargadas.


Comodísimo de correr, Monóvar

Conociendo ya la dificultad de aparcamiento (imposible) cerca de la salida, fui directo al solar en el que dejé el coche el año pasado, en la Ronda de la Constitución, poco después del Museo de Artes y Oficios, a pocos minutos a pie de la salida, la plaza del Ayuntamiento.
Una vez allí, la música a todo volumen, las carreras de los más pequeños, muchísimo público y corredores recogiendo los dorsales... todo animaba a correr y pasar la mañana allí, como reflejaban las inscripciones, que lograban cifras de récord en esta edición y que este año se destinarían (3€ costaba apuntarse) a Cruz Roja para ayudar a las familias que perdieron sus casas en los derrumbamientos de Monóvar que se vieron en las noticias los últimos días.

Recogido el dorsal y el obsequio de este año, una botella de aluminio con un mosquetón para llevar bebidas en la mochila (se agradece que salgan un poco de lo habitual y que no sumen otra camiseta a la inmensa colección de los corredores) aproveché el camino de ida y vuelta al coche para calentar después de cambiarme. El día había amanecido cálido y despejado, así que libre de braga, manguitos o guantes (luego dicen que no hay cambio climático, a 20 grados en navidades...) seguí probando las piernas antes de la salida.
No estoy, ni de lejos, en mi mejor momento deportivo. Casi no entreno natación, por incompatibilidad de horarios con trabajo y cursos, y corriendo todavía no he recuperado el ritmo perdido durante tantos meses dedicados más a la natación que la carrera. Además, el peso sigue dos o dos kg y medio por encima de lo que querría y con las fechas en las que estamos la cosa no mejora. No tenía mucha confianza, en resumen, en mis posibilidades el domingo. Probando sprints cuesta arriba las piernas se sentían lentas y pesadas y tenía la sensación de que iba a sufrir mucho más que el año pasado, aunque llegaba con más descanso.



Recordando la pasada edición y su salida estrecha en la calle Mayor me situé más adelantado que en el 2018 esperando el inicio de la carrera. Estaba rodeado de muchísimos chavales jóvenes, más que en la pasada edición, pensé. Con tantísima competencia rondando los 20 años me veía en los últimos puestos, pero rápidamente borré los pensamientos negativos. Saliera mejor o peor, aquello sería un entrenamiento de calidad. Carrera explosiva y con rampas. Se podría sacar siempre algo positivo de aquella mañana, seguro.

Arrancamos puntualmente y gracias a mi buena posición en el pelotón casi no tuve problemas en empezar a correr con comodidad. Me quedé al paso de una atleta que ya conozco, de vista, de otras pruebas, Pilar Rodríguez, habitual en el podio de su categoría, con ritmos y objetivos similares a los míos normalmente.



Esperando el primer (y único, diría) tramo cómodo del circuito, recordando el recorrido del año pasado, empecé fuerte, pero las cuestas que me encontraba, callejeando por el casco antiguo, no me sonaban del 2018. En pocos metros ya estaba con el corazón a mil por hora, sin recordar que la organización había cambiado este año ligeramente el circuito. En esos primeros metros estaba el cambio. Más desnivel, como anunciaban, y más metros, los necesarios para llegar a los 5km que se supone que mide el circuito y que creo que faltaban en el recorrido anterior (medí unos 4.6 el año pasado)



Yendo tocado desde el principio por las cuestas y por mi estúpida decisión de seguir el ritmo de mi improvisada liebre femenina, cuando volví al recorrido del año pasado, ya por la Ronda de la Constitución cuesta abajo, había pasado el primer km en 4:35, demasiado fuerte teniendo en cuenta las rampas iniciales. Me la jugué, de todos modos, acelerando de bajada. Iba a ser el único punto del circuito en el que se podría ganar tiempo así que había que aprovechar.



Cuando cambiamos el sentido de la marcha y volvimos cuesta arriba por el mismo camino el ritmo bajó, pero el objetivo estaba cumplido: 2ºkm a 4:22. Desde ese momento, tocaba olvidarse de la velocidad, pues llegaba la parte más complicada del recorrido, de vuelta a la zona antigua de Monóvar.



Pasando el km 3 en 4:50, dejando atrás de nuevo la Calle Mayor, había que afrontar la subida más dura del circuito, el acceso a Santa Bárbara. No serían ni 500m, pero ¡qué 500m! El público animaba en aquella calle estrecha y empinada, en la que parecía que el giro a la derecha que teníamos a lo lejos, muy alto, indicaba el fin del sufrimiento. No era así, como ya aprendí el año pasado. En esa curva seguiríamos subiendo hasta el paso por la ermita. Hacía tiempo que había perdido a mi liebre, sabiendo que era un suicidio intentar seguirla. En aquella subida me noté mucho más lento que el año pasado y para nada fuerte y ligero como en los 5k de Rafal. Tenía la sensación de estar haciéndolo mucho peor en esta edición que en el 2018.

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Al borde del infarto y con las piernas temblando pasé por la entrada de la ermita, con cuidado de no matarme al bajar los dos o tres escalones de la entrada, iniciando después una bajada que era tan pronunciada que no permitía, en mis condiciones, dejarse llevar y acelerar. No me sentía seguro, con los cuádriceps ardiendo y no confiaba en poder acelerar con tanta pendiente sin flojear y caer.
Reteniendo en las bajadas empinadas y tratando de ganar algo de tiempo cuando aparecía algún tramo medio corrible me fui mentalizando para el último tramo complicado del recorrido, la subida hacia la torre del reloj.
Sin mirar ya el Garmin, cuando los escalones de esa subida aparecieron después de un giro a izquierda, sentí que era casi imposible correr. Maldije, recordando que el año pasado en aquel punto no me sentía tan reventado, pero me juré que no iba a caminar ni un solo metro esa mañana.



Como en el 2018, esa subida era la más dura y también la más animada. El público estaba muy cerca y alentaba a los corredores, haciendo mucho más llevadero el corto pero durísimo tramo de escaleras.

Superado por fin el último gran escollo de la prueba tocaba arañar segundos. Recordando el circuito del año pasado, sabía que era posible acelerar desde aquel punto y así lo hice. Dejé atrás a mis dos acompañantes (viendo mis fotos del 2018 en esta carrera veo que, casualmente, la chica era la misma con la que disputé el final de carrera en el mismo punto) y aceleré al máximo. No sabía cuál sería la marca final y tampoco iba a ser comparable con el año pasado, por los metros añadidos y la dificultad de los mismos, pero había oportunidad de rebajar un poco el tiempo en aquellos últimos metros y así lo hice.




Este año la organización había cortado la moqueta en el badén que el año pasado quedaba oculto y que hizo que cayera a pocos metros de la meta, así que sin el peligro de otra caída el sprint final no tuvo incidencias este año. Miré el Garmin y vi que era posible, si subía el ritmo, no ver el minuto 25 en el tiempo real y con este objetivo en mente subí la velocidad un poco más y conseguí cruzar la meta en 25:05, 24:53 real.





Un 5000 a cuatro cincuenta y pico por km no era ninguna maravilla, pero con aquel perfil había que ver la clasificación para conocer el valor real de la marca. Eran unos 2' más que el año pasado, pero también había unos 400m más respecto al 2018 y todos ellos eran en una subida durísima por el centro, así que tal vez había corrido igual o mejor que el año pasado, para mi sorpresa.
La clasificación así pareció indicarlo después: 146 de 392 corredores, 42 de 91 veteranos y 132 ente 282 hombres. Por encima, holgadamente, de la media en una carrera que, a diferencia de otras San Silvestres, aunque tiene su participación festiva, con disfraces, es mucho más competitiva y con más nivel que otras, y con muchísima juventud entre sus corredores.




Era un buen resultado, más todavía teniendo en cuenta mis condiciones actuales, así que había que dar por buena la mañana. Entrenamiento de calidad y buena preparación para las carreras que están por venir, pensé. Una prueba para repetir, sin duda.

La cosa se anima, deportivamente hablando, y es que en solo 5 días toca correr 3 pruebas. Hoy, los 6.5km del Cross Nocturno de Orihuela, el 31, San Silvestre Ilicitana 5k y el 1, carrera de Año Nuevo en La Aparecida 5k (¿es cosa mía o esta carrera es la primera del año, oficial, de todo el país?)
Todas ellas carreras cortas y explosivas, llanas en su mayoría excepto por la subidita final del Cross oriolano hacia el seminario, buenas para ir haciendo piernas como base de las próximas pruebas en el 2020, con la media de Alicante en abril como objetivo a corto plazo.

Os cuento cómo va todo en la próxima entrada del blog.
Gracias por estar ahí.
Saludos.

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