LA GRAN CARRERA DEL MEDITERRÁNEO 2023
En el 2018 apareció en el calendario una carrera que unía Alicante, Elche y Santa Pola por la costa, hasta Playa Varadero, durante 20km. En esa primera edición me apunté y la corrí con mi amigo Ramón y, aunque sufrí muchísimo, eso no impidió ver que había nacido una prueba que iba a ser grande. Todo un acierto de la organización, además, pasada alguna edición, convertirla en medio maratón y darle un nombre que la describía muy bien, "La Gran Carrera del Mediterráneo".
La gente del club Montemar sabía lo que se hacía y lo hacía muy bien, así que (si no me equivoco), excepto en pleno estallido del coronavirus, las ediciones se sucedieron año tras año aumentando la participación hasta los casi 3000 inscritos de este 2023.
¿Y qué pinto yo hablando a estas alturas, en plena adicción a las carreras de montaña, de una media de asfalto, diréis? Nada que un dorsal regalado en un sorteo del gran Vicente Novoa "Matao del running" no pueda explicar. Y es que, apuntándome a todos los sorteos que veo por redes sociales, al final algo cae, y el canal de YouTube del "matao" (que de matao no tiene nada, ya os lo digo yo) sorteó una inscripción y fui el afortunado ganador.
No me pareció mala idea usar la carrera como una tirada larga a trote suave y, hasta que pasó el Trail de Xaló de hace dos semanas, no pensaba perdérmela, pero el resfriado que casi me deja KO en la 3ª etapa del circuito de Trail de La Marina dio paso a unas diarreas al día siguiente que me dejaron flojísimo y sin entrenar varios días. ¿Cómo iba a correr una media de asfalto el siguiente domingo sin entrenamiento específico de asfalto y reventado como estaba?
Me encontré mejor el viernes y la mañana del sábado, decidido a no correr la prueba al día siguiente, entrené montaña por el Cabeçó. Me encontré sorprendentemente fuerte y animado y, aunque el entrenamiento fue corto pero intenso, (la caldera del Cabeçó siempre es dura) llegué a casa dispuesto a participar y que fuera lo que tuviera que ser el domingo.
Recogí la bolsa del corredor, completísima, con la camiseta (42k y diseño espectacular) en la Diputación, en una feria del corredor pequeña, sin muchos stands, pero atendida eficientemente por todos los voluntarios de Montemar. Aquello (el ambiente, los dorsales, los corredores comentando la estrategia del día siguiente...) removió en mí recuerdos asfalteros que me animaron y me terminaron de convencer de que al día siguiente había que correr.
Me planté en la salida con tiempo de sobra para evitar colas en el acceso a los camiones que llevarían nuestras mochilas a la meta en Santa Pola. El viento sopló con fuerza toda la noche y no parecía amainar esa mañana, pero la temperatura se preveía alta, así que no me puse muchas capas y me quedé listo para correr mucho antes de que empezara la carrera. Me tomé un café y una botella de agua y pude saludar a Miguel "Big Mike Speaker" antes de arrancar, que coincidió conmigo en la calma que había que llevar por la playa con tanto viento y en que no debíamos dejar pasar ni un solo avituallamiento, con el calor que se esperaba.
Entré a mi cajón como podía haber entrado a cualquier otro, pues tal vez la organización se fiaba demasiado de la buena voluntad de los corredores. Saludé rápidamente a Ángel de "Correr para vivir mejor" y dos minutos después del arranque de los participantes en silla de ruedas, eché a correr por la avenida de La Estación en dirección a la playa, un tramo no muy largo que nos dejaría enseguida bordeando la costa dirección Santa Pola.
No tenía ningún objetivo y solo pensaba en no sufrir demasiado y evitar el bajón psicológico que recordaba de mi primera y única participación en la carrera, cuando con pocos km ya pensaba en lo largo que iba a ser aquello y qué mal lo llevaba. Previsor, este año llevaba música, algo que no hago desde... ni me acuerdo, por si era necesario en algún momento engañar a la cabeza.
Los primeros metros las piernas fueron solas y, junto al desnivel favorable, cuesta abajo, no costó moverse rápido. Tal vez demasiado, pues pasar el primer mil más rápido de 4:30/km era una temeridad, en mi situación de no entreno y post enfermedad. Bajé el ritmo, ya pegados a la costa, y empecé a ser adelantado, como era de esperar, por muchos corredores, algo que por otra parte me importaba bien poco.
Por el polígono de Babel el ritmo parecía quedarse clavado a 4:50/km, algo que di por bueno. Me encontraba bien, los sube bajas constantes que aparecían en el camino no me frenaban... Quién sabe, pensé, igual sí que estaba para hacer 1:45 o menos. Cuando superamos el puente de San Gabriel las vistas mejoraron, ¡y de qué manera! El mar aparecía inmenso, en calma, a nuestra izquierda, iluminado por un solazo que no molestaba todavía demasiado por el viento, que por otra parte no era tan fuerte como durante la noche. En el horizonte, el faro de Santa Pola, muy lejos todavía, detrás del cual todavía quedarían algunos km por recorrer. Entre el paisaje y la música, me dije que la carrera iba a disfrutarla, sin otro objetivo que ese, pasarlo bien.
Mantuve la velocidad sin esfuerzo, aunque ya aparecían los falsos llanos que recordaba del 2018, pero este año la situación era muy distinta. Las piernas iban solas, el ritmo se mantenía casi clavado a 4:50 sin proponérmelo y la música me distraía. ¿Y si me salía una buena carrera, después de todo?
Superado el falso llano que nos permitía pasar por encima de las vías del tren y que nos dejaba junto a la desalinizadora empezaba un constante sube baja suave, pasando por la playa de los Saladares a un lado y las antiguas salinas al otro y pasando Urbanova después.
Los km se acumulaban sin sentir, siempre por debajo de 5'/km y la carrera se hacía muy amena. Lástima, pensé, tanto tramo solitario, pero yendo por zonas sin urbanizar, a ver cómo solucionarlo.
Dejando atrás Urbanova el recorrido empezaba a subir suavemente y sin pausa, recordándome lo que sufrí en la primera edición en aquel punto. A la altura de El Altet una pequeña rampa ya nos ponía en nuestro sitio y nos dejaba preparados (o a mí, al menos, que recordaba lo que llegaba después) para una cuesta más dura todavía, la de la entrada a Arenales del Sol.
Apenas 600m de largo, pero picando bien hacia arriba y haciéndome sufrir un poco por primera vez en la carrera, viendo por primera vez kilómetros ligeramente más lentos de 5'/km. El km 10 pasó en 48:32 y el 11 en 53:49, así que a poco que no perdiera ritmo, entrar en 1:45 seguía a mi alcance si compensaba el tiempo perdido subiendo en los siguientes tramos de bajada.
¿A mi favor? El cambio de paisaje, por el paseo de Arenales, con gente animándome por mi nombre al ver el dorsal (había olvidado cuánto se agradece esto) y ver que había completado la primera mitad de la carrera sin sufrir demasiado, a buen ritmo y teniendo más cerca ya Santa Pola. ¿En mi contra? la música se detuvo y no hubo forma de ponerla en funcionamiento de nuevo, por algún fallo en los auriculares inalámbricos. Tocaba afrontar la segunda mitad de la carrera sin la distracción de canciones o podcasts. Además, el calor empezaba a dejarse sentir y las piernas ya no se movían con la soltura de los primeros km.
Me sentía animado, a pesar de todo, y me esforcé por mantener el ritmo a lo largo de los 2km de paseo que tenía por delante, aunque aquello subía suavemente sin parar. Los km volvieron a pasar a 4:50 aproximadamente y me alegré de ser capaz de recuperar el ritmo sin mirar el reloj, olvidándome de lo que tenía por delante al llegar a la altura del Carabassí y Clot de Galvany.
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Por un momento temblé, pensando que el camino que seguiríamos sería el que nos subiría por la empinadísima av. del Mediterráneo hacia Gran Alacant, conociendo ese costalón de mis entrenamientos veraniegos de este 2023. Por suerte, el recorrido giraba a la izquierda justo delante de la temida cuesta, pero entonces aparecían dos nuevos problemas. Por un lado, la repentina urgencia de pararme a aliviar la vejiga (error de novato, no ir al WC antes de correr, como ya me pasó en la carrera del 091 de septiembre). Por otro, los 600m de camino cuesta arriba para iniciar el trayecto que rodearía pegado a la playa la sierra de Santa Pola y su faro. Sin olvidarnos, además, del terrible calor y viento en contra de aquella zona.
Aguanté como pude la subida, con mucha gente animando, y me dije que hasta el final del ascenso la vejiga debía aguantar, pero sin haber terminado de subir no pude evitar tener que detenerme junto a unos pinos y hacer "parada técnica". Conté cada segundo que estuve parado y creo que no perdí más de 30-40s, los justos para ver pasar delante de mí y alejarse a la corredora que marcaba el ritmo de 1:45.
Pasaron 2km a 5:13 y 5:44 (este último por la parada), pero cuando empezó la bajada fuerte hacia la playa de la Ermita y, ahora sí, cogíamos por fin el tramo más llano de la carrera que ya no terminaría hasta la meta, metí sin darme cuenta el km 16 a 4:35/km , poniéndome al paso del grupo que acompañaba a la bandera de 1:45.
¿Qué pintaba aquel exceso de 4:35/km en aquel punto de la carrera, diréis y me dije? No fue una buena decisión, dejarme llevar por el ansia de marca, si me había propuesto limitarme a pasarlo bien y llegar cuando fuera a Santa Pola. Me costaba mantener el paso del grupo de la hora cuarenta y cinco y aquello significaba que había que decidirse. O bien apretaba los dientes, sufría al máximo para mantener ese ritmo para acabar antes de la hora y tres cuartos y me jugaba agonizar en los últimos km, o soltaba el acelerador y me quedaba buscando las buenas sensaciones que había tenido durante toda la carrera.
No tardé en elegir la segunda opción y mi visión de la carrera cambió por completo. Al momento ya estaba disfrutando de nuevo, aunque el ritmo caía. Era una gozada estar en ese punto del circuito tan cerca del mar a la izquierda, con Tabarca viéndose tan cerca, y la sierra de Santa Pola a mi derecha, viendo en lo alto el faro y los miradores que tantos buenos entrenos me hicieron pasar este verano.
Pasando por las playas y calas, disfrutando del paisaje, en 3km llegábamos al km 18 dejando atrás el camino del Cabo y cogíamos el paseo del vicealmirante Blanco nada más pasar La Cadena. ¡Madre mía! ¡En Santa Pola ya! Qué rápido había pasado el tiempo y qué bien estaba funcionando el coco, sin agobios por marcas ni prisas. Hasta me permitía animar a corredores que echaban a andar, sufriendo el esfuerzo y el calor, en especial a uno que llevaba la camiseta de la subida al Migjorn de la semana pasada, al que creo que animé indicándole que si pudo con esa carrera la media la tenía ya hecha.
El camino por el paseo me traía buenos recuerdos, de mis participaciones en la media de Santa Pola, en sentido contrario, y de algún entrenamiento por la zona el pasado verano. El ritmo seguía cayendo varios segundos por km, pero teniendo la meta tan cerca y habiéndolo pasado tan bien, en general, hasta el momento, no tenía ninguna importancia.
El paso por la tierra de playa Varadero para coger después la avenida Santiago Bernabéu indicaba que la carrera ya estaba hecha. Un vistazo al reloj me dejaba ver que se me iba a escapar ver la hora cuarenta y cinco exactamente por los segundos perdidos en mi parada técnica cerca del Faro, pero estaba contento igualmente. La meta estaba a rebosar de público animando y me limité a dejarme llevar hasta la línea de llegada, saludando a Miguel Big Mike, que me recordaba lo clavado que salía el ritmo medio a casi 5' pelao por km cuando paraba el reloj en 1:46:44, 1:46:35 real, posición 747 de 2379 participantes, 121 de 313 en mi categoría y 700 entre 1833 hombres.
Clasificación nada espectacular, pero más que válida para mí, teniendo en cuenta que no entreno asfalto "en serio" hace muchísimo tiempo, que venía de unos días muy jodidos por resfriado y descomposición de estómago y que la mañana anterior me había ido a entrenar montaña al Cabeçó. Si además la carrera se había disfrutado tantísimo, la cabeza había funcionado de 10, adaptándose a la carrera perfectamente y dejándome sentir los 21km que separan la salida y la meta como si fueran 12 o 13, ¿qué más se podía pedir?
El final de carrera estaba tan bien montado como lo recordaba. Recogida de bebida y comida con rapidez, sin retrasos al retirar mi mochila de los camiones guardarropa y en pocos minutos subiendo al autobús que se podía contratar para que nos llevara a la zona de salida en Alicante, donde pude charlar con Jaime y J.Antonio, de A To Trapo, sobre la carrera y futuras pruebas de montaña.
Día redondo y sensaciones buenísimas, en una carrera muy bien montada que lo tiene todo para hacerse muy grande con el paso de los años. Por mi parte, subidón de moral para seguir con el circuito Trail de La Marina, cuya 4ª etapa, Tres Tossals en Gata de Gorgos, está a la vuelta de la esquina ya, el próximo domingo.
Os cuento cómo va todo en la siguiente entrada del blog.
Cuidaos.
Ohh, gozo de verte en el asfalto de nuevo. Si tienes hueco, 3 de Marzo Cartagena...
ResponderEliminarPues mira que me he acordado de Cartagena hoy, al ver que se corría esta mañana el cross de la artillería, y la media de Cartagena la tengo fichada desde nuestro paso por esta carrera, pero es el finde de Atzavares Trail, en Orba, del circuito Trail de La Marina, así que el finde está pillado. Sobre la vuelta al asfalto... admito que he gozado este medio maratón como pocos, sobre todo porque tenía muy mal recuerdo del 2018 y porque pensaba que iba a pasarlas p%$tas esa mañana sin haber entrenado asfalto en serio hace mil jajaaa , pero mira, dejas al lado autoexigencias estúpidas y comeduras de cabeza absurdas durante la carrera (ni ritmos ni leches) , asumes tu sitio en la carrera y te limitas a pasarlo bien en la medida de lo posible y... oye, mañana buenísima. De todos modos, alguna que otra carrerita de asfalto caerá, estoy seguro. Quién sabe si Crevi, Giménez Ganga de Sax, SanFul... estaré atento a tu calendario a ver si coincidimos :-)
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