BEHOBIA - SAN SEBASTIÁN 2021


Lo tuvimos claro en el 2019. Volveríamos a Behobia-San Sebastián. Sufrimos/Disfrutamos un carrerón con el peor de los climas (granizo, lluvia torrencial, viento...) pero la fiesta deportiva que es esta grandísima prueba vasca nos dejó con ganas de más.

Con la maldita pandemia remitiendo aparentemente, la Behobia volvía este 2021 al calendario y no tuvimos que pensárnoslo mucho para inscribirnos de nuevo los tres amigos que fuimos hace dos años, aunque la baja inesperada en el último momento de Ramón por motivos de salud nos dejó un poco fuera de juego (cómo te echamos de menos, amigo). Se unía a la expedición, en el último momento, el gran Ale, y con él y Rafa partíamos el viernes a mediodía en coche hacia Hondarribia, lugar elegido este año para alojarnos, a pocos km de la salida.

Habiendo llegado muy tarde el viernes a la magnífica casa que elegimos (qué suerte hemos tenido los dos años con el alojamiento), apenas hicimos más que llegar, descargar maletas y dormir. 

Ya con calma y sueño reparador, el sábado, pudimos disfrutar del paisaje y gastronomía local. ¡Qué bonito es Hondarribia!





El cielo amenazaba lluvia constantemente, pero nos libramos todo el día y pudimos disfrutar de algo de turismo y de la espectacular gastronomía local por San Sebastián, después de recoger el dorsal en el campo de la Real Sociedad. Energías para el día siguiente no iban a faltarnos...










Y llegó la mañana de la carrera, 2 años después de nuestra primera visita. Conexión ágil y rápida con la salida desde casa gracias a los autobuses y en poco tiempo, sin lluvia todavía y sin viento (qué diferente al 2019...)  nos plantábamos en Behobia. ¡Qué ambientazo! Si en el 2019, con el clima horrible que nos recibió, había muchísimos corredores y público, este año, con el día fresco pero tranquilo el ambiente era igual o más impresionante que cualquier maratón popular de una gran ciudad (unos 25000 participantes...) La música, las salidas por oleadas retransmitidas en monitores con su cuenta atrás para cada una de ellas... ¡Cómo había echado de menos algo así!





Llegó nuestro momento, el de nuestro cajón, pero un despiste hizo que nos coláramos y saliéramos antes, justo en la anterior salida. Rafa se dio cuenta a tiempo y tocó esprintar de vuelta al cajón con el tiempo justo para ver los últimos segundos de nuestra cuenta atrás y empezar de nuevo, habiendo regalado unos 500m a todo gas. Mal empezábamos...

La liebre de 1:40 ya quedaba atrás muchos metros nada más empezar...

Durante la semana anterior no me notaba nada en forma y 20km de asfalto con cuestas prometían ser durísimos, al menos en mi cabeza. Rafa arrancó fuerte y traté de seguirle, intentando no hacer yo solo muchos km, sintiendo que el ritmo de mi amigo era excesivo para mí, pero... ¡era tan fácil dejarse llevar!



Primer km llano, con público abarrotando las aceras, y llegada rápida a Irún para seguir dejándonos llevar por la gente y sus ánimos. Toboganeo durante 4 km, viendo a Rafa tirar sin aparente dificultad delante de mí y la cabeza ya pensaba en la famosa subida de Gaintxurizqueta.

Ale nos había alcanzado y subía fuerte, y Rafa tampoco parecía querer aminorar la marcha. Me estaba dejando llevar por la emoción del dorsal, los ánimos de la gente, lo a gusto que se corría con el clima de esa mañana, pero no podía dejar de pensar en que iba a pagar muy caro el exceso inicial.


Empezamos Gaintxurizqueta sin bajar mucho el ritmo, alucinando por cómo una zona tan aparentemente alejada del casco urbano estaba tanto o más animada que las calles principales de Irún.

Poco antes de finalizar el ascenso, allá por el km7, me quedo al paso de Rafa un rato y le comento que creo que voy justo de fuerzas, que voy a ver si recupero en la larga bajada posterior a la coronación del puerto y rezar por no haberme pasado acelerando. 

Subo el ritmo, ansioso por quitarme de encima la larga subida y, cuando empezamos a bajar, noto que no lo llevo tan mal como pensaba. Me dejo caer, acelerando. Sé que la bajada es larga y que puedo arañar segundos aunque pienso en no pasarme con el acelerón, pero las piernas van solas y voy muy rápido, más de lo que habría pensado.

Saludamos al pirata, personaje clásico de la carrera, en su puesto habitual con la música a todo trapo y la bajada sigue larga y tendida hasta Errenteria. Es un hecho. Voy embalado, las piernas responden y he recuperado muy bien de lo que pensaba que había sido un arranque demasiado fuerte.

No miro atrás, pero creo que Rafa no me sigue. ¿Me estaré flipando con el ritmo? Me acuerdo de lo que tengo por delante y no es poco ni fácil, pero estoy tan eufórico, me encuentro tan fuerte que no toco el freno. Que sea lo que tenga que ser, me digo.

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En Errenteria el público vuelve a llenar las calles. Me animan por mi nombre, hay un montón de chiquillos ofreciendo sus manitas para chocarlas y me pongo en el margen izquierdo para tocarlas y llenarme de energía y moral. El público me lleva, sin que sienta en absoluto el esfuerzo ¡Qué subidón!

Sé que llega Capuchinos y que ahí una subida que recordaba dura me va a frenar en seco. O no, porque sigo en las mismas. Me dejo llevar por el público, acelero incluso cuesta arriba, acepto de buen grado un gajo de naranja en un avituallamiento, sin parar y me meto en las patas la subida completa sin frenar ni reservar. ¿Lo pagaría después? 

Suave toboganeo de nuevo por Pasaia y Buenavista, con la zona industrial a la derecha y todavía mucho público. Me reafirmo en mi idea del 2019 en esa zona. Siendo algo gris y menos atractiva aparentemente, aquello me gusta lo mismo que el resto del circuito. Sigo disfrutando y ya van más de 15km en las piernas.


En aquel punto, creí recordar, en el 2019 me avisaban unos corredores: Miracruz. Cuidado. Una última subida que me vino rápidamente a la memoria como un ascenso durísimo que se atragantó durante los casi mil metros que dura hasta llegar al restaurante de Arzak. 

Pisé el freno, aunque me notaba fuerte. Sabiendo que desde el final de la subida la carrera ya estaba hecha y notándome con fuerzas de reserva, guardé energías para aguantar un sprint rápido los últimos 2km.

No me equivocaba. Aquello picaba. El público no dejaba de animar y seguía siendo una gozada chocar la mano a los críos y escuchar tu nombre en los gritos de la gente. De nuevo, parte de la subida la hacían ellos por mí con su aliento.

Y allí estaba, al final. Restaurante Arzak y a lanzarse a muerte a por la meta. Me había alcanzado Ale y su compañía y ritmo infernal hizo que acelerara de bajada más de lo debido. El último repecho suave, por el Gros a Zurriola, me frenó un poco y me separó de Ale, pero una vez superado, con la costa a la vista, cruzando el puente del Kursaal, ya no tenía sentido frenarme.


Había visto pasar el km más rápido de la carrera hacía poco, a 4:13, y me había frenado, pero ya solo quedaba dejarse llevar y echar el resto.

Lo de la última avenida del circuito en Donostia era increíble. ¡Cuánta gente, cuántos ánimos, qué fiesta!

Sabía que estaba en tiempo de récord personal del circuito, pero al ver el reloj a falta de 1km vi cuánto mejoraba. Un apretón final y no vería ni 1:36 en el crono, una barbaridad, para mí.

Aceleré. 4:30m/km, 4:20... Grité, gocé los últimos metros y paré el reloj en 1:35:40, una mejora de 5 minutazos respecto al 2019, algo por lo que no habría apostado esa mañana, pensando que ya daría gracias si igualaba la 1:40 larga de hacía 2 años.






En la meta ya estaba Ale, que en solo 2km me había sacado 1 minuto por lo menos (tremendo lo fuerte que está incluso sin entrenar, alguien que baja fácilmente de 1:30 en una media por poco que la prepare)

Rafa se reunía con nosotros poco después, repitiendo la marcaza del 2019, y todos coincidíamos en cómo se había dejado disfrutar la carrera esa mañana. Sin lluvia, sin viento, temperatura perfecta, público entregado como pocas veces he visto en ninguna carrera... La fama de la Behobia no podía estar más justificada ni ser más verdad. Si, además, el cuerpo respondía inesperadamente como lo hizo y permitía lanzarse a un ritmo que seguramente me dejaría ver sub.100' en una media llana... Aquello, unido al pedazo de viaje que nos había montado y cómo habíamos disfrutado aquellos días, pedía, seguro, una tercera visita a la que no pienso fallar (espero que esta vez con nuestro Ramón)




Con la moral por las nubes toca seguir rodando y acumulando km de asfalto y monte, con el objetivo de la temporada asomando a lo lejos, en mayo del 2022, el maratón de Confrides, mi primer maratón de montaña. Llegan semanas cargadas de carreras en mi calendario. La próxima cita, la clásica catalana 10k Jean Bouin el próximo fin de semana. Después, Cross de Guardamar, Xosses de Crevillent, Cross nocturno de Orihuela en Navidad, San Silvestre Monovera y, si nada lo impide, San Silvestre Vallecana (muy probable) o Cursa dels Nassos, dependiendo de qué ciudad me vea finalizar el año, Madrid o Barcelona.

Inyección de moral inesperada, en resumen. Ahora, a seguir.

Os cuento cómo va todo en la próxima entrada del blog.

Cuidaos.



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