CROSS CABO DE PALOS 2023

Como no hay dos sin tres, dicen, el último sábado de julio tocó volver, después de haber participado en 2015 y 2019, al Cross de Cabo de Palos. Sin entrenamiento asfaltero de calidad, habiendo bajado la intensidad y duración de las salidas al monte, dieta descontrolada y con una sensación térmica de 32-33 grados en Cartagena, no podía esperarse un buen resultado, pero tenía buen recuerdo de mi último paso por allí hacía tres años y me apetecía volver a correr asfalto. 6.5km que podían ser (lo fueron) muy duros si se dosificaba mal el esfuerzo y no se tenía en cuenta el perfil ondulado del recorrido (mención especial a la subida al faro) y el calorazo húmedo de la zona, el peor de mis tres participaciones allí.

Conocedor de las dificultades para aparcar cerca de la salida, llegué a Cartagena casi 2h antes de la salida y aparqué a 10' del puerto, donde arrancaba la carrera. La hostia de calor al salir del refugio del aire acondicionado del coche hacia la entrega de dorsales casi me sienta de culo. Era, con diferencia, la peor tarde para correr en mucho tiempo.


Habiendo llegado tan pronto, las colas y esperas de las dos ediciones que había conocido eran inexistentes. Muchas mesas y voluntarios atendían, creo que mejor que otros años, el reparto del dorsal y la bolsa del corredor. Con todo recogido, me di una vuelta por la costa, a disfrutar de las vistas, pero rápidamente el calor pudo conmigo y me refugié en una heladería a tomar un café y un granizado para hacer tiempo.

Desde la terraza, veía que el número de corredores yendo y viniendo con la bolsa de la carrera en la mano iba en aumento. Ni el calor ni la humedad ni las vacaciones frenaban la participación en una carrera que lograba récord de inscritos al cumplir trece ediciones. Más de 1200 corredores, algo que pocas pruebas consiguen en Alicante en otoño-invierno (ni, por supuesto, en época estival)

A media hora de empezar la carrera tocó asumir que, aunque arrancábamos a las 20:00, el calor y la humedad no iban a dar tregua y que iba a ser una prueba muy sufrida. Me cambié y bajé al puerto al trote, lo que me permitió notar todavía la resaca de los ejercicios de piernas del jueves en el gimnasio. Mal empezábamos, con esas sensaciones.

Entre tanto participante, sacrifiqué el calentamiento para situarme bien en la salida. Recordaba que el inicio de la carrera no permitía estirar rápidamente el pelotón y a lo único que aspiraba aquella tarde era a no empeorar mucho mi tiempo del 2019 y librarme de la PMP (peor marca personal). Mejor no salir atrasado, pensé.


Muuucha gente...

El pistoletazo de salida se dio puntual y en pocos metros descubrí que había acertado saliendo más adelantado que otros años. No tardé en correr con comodidad y, una vez dejado atrás el puerto, iniciamos el ascenso más largo de la carrera, 1km por la ronda de Levante en el que, sin darme cuenta, ya corría demasiado rápido.

En la primera rotonda que nos encontramos la subida terminaba y bajábamos rápidamente hacia Cala Medina y la playa de la Barra, en dirección al puerto. El reloj me avisaba de que el primer km pasaba a 4:22, seguramente el arranque más rápido de mis tres ediciones, algo que no me alegraba en absoluto, pues sabía de sobra que aquel ritmo era excesivo. ¿Bajé la velocidad? Si me sigues habitualmente adivinarás que...¡no! (icono de palmada en la cara facepalm ) Aprovechando la bajada, el tramo llano hasta el puerto, el paso por línea de meta, pero en sentido contrario, todo llano, el segundo mil pasó en 4:16, seguramente, pensé, también mi km 2 más rápido en el circuito.

Mal asunto. Ritmo excesivamente rápido, sensaciones de calor y agobio en aumento y la parte más dura del circuito todavía por delante. No pintaba bien la cosa, cuando cogíamos el paseo que bordeaba la cara norte del cabo por las calas Hierro y Cuna.


Siendo consciente de que la había liado
y que tocaba agonizar de ahí en adelante

Tal como recordaba de años anteriores, los suaves (o no tan suaves, a veces) sube-baja del paseo, machacaban bien las piernas si venías, como yo, pasado de velocidad en los primeros 2km.

Los afortunados habitantes de las casas pegadas a la costa sacaban mangueras y nos rociaban con agua, pero aquello no aliviaba la sensación de bochorno. Me intentaba distraer con las vistas de la izquierda del camino, una zona de baño espectacular, y evitaba mirar al frente, al faro del cabo, el punto más alto del recorrido. Esa subida iba a picar, sin duda.

En el km 3, a medio camino hacia el faro, Garmin ya avisaba de la caída de ritmo, que ya bajaba a los 4:50/km, pero cuando llegamos al aparcamiento del faro, donde se iniciaba la subida, el desgaste y el reventón eran ya un hecho. Me había imaginado subiendo fuerte, gracias a mi rodaje montañero durante toda la temporada, pero aquellos 600m que tenía por delante, con una pendiente media de un 6% y máxima de 15% fueron pura agonía.


Subía cada vez más lento y me adelantaban muchos corredores. Era mi terreno, las subidas, donde en montaña me noto más en forma, y ahí, en una cuesta que en otro momento habría corrido a tope, por lo corta y poco dura que era, estaba cayendo.

La cosa no mejoró de bajada, costándome muchísimo recuperar pulsaciones y muriendo de calor (creo que en el avituallamiento me tiré más agua en la cabeza que la que bebí)


No ayudó a mejorar sensaciones el paso por el nuevo tramo de la carrera que se estrenaba esa tarde, un giro por la zona del islote del Pajar Grande que sumaba unos 250-300m al recorrido original y que obligaba en un punto del recorrido, a pasar de uno en uno (dos, jugándose uno de ellos una caída) por un tramo estrecho y escarpado, creando un tapón que, si para mí, que iba más o menos adelantado en el pelotón, supuso un parón de unos segundos, no sé cuánto retraso provocaría cuando pasara la parte central de la carrera.

Ese tramo, además, acababa con un repecho corto que terminaba de minarme la moral. ¿Iba camino a la PMP? Ya no quise mirar ritmos ni tiempos. Solo quería dejar atrás lo antes posible el terreno irregular de la cara sur del cabo, por las calas del Muerto (muy apropiado el nombre, pensé, en mi estado al cruzarla), Ribera y Cala Major.

atasco...


El recorrido subía y bajaba suavemente pegado a la playa y las sensaciones de pesadez en las piernas y de calor podían con mi ya escasa fortaleza mental. ¡Qué mal se estaba dando aquello! Cuando, al fin, el terreno se volvió corredero y cómodo, ya camino al puerto, me atreví a mirar el reloj.

Para mi sorpresa, si apretaba, tal vez podría parar el reloj en la meta en 30 minutos largos, algo que, en un análisis rápido del circuito y mis dos participaciones anteriores, no me dejaba muy mal, casi igual que en 2019, intuí. 


último acelerón (véase la cara de la chica que me acompañaba en la foto,
que sin gafas no disimulaba tan bien como yo la cara de sufrimiento)


Aceleré lo que permitieron mis reventadas patas, en paralelo a la línea de llegada, en la otra orilla del puerto y encarando ya la recta final vi que el sub 31 se escaparía por muy poco. Un último acelerón y con el corazón en la boca paré el reloj en 31:09, 31:20 oficial, un ritmo medio de 4' cuarenta y largos segundos por km. La clasificación no era tan mala, después de todo: 306 de 1252 llegados a meta, 42 de 186 en mi categoría. Entre los metros de más respecto al 2019, las peores condiciones climáticas, el parón obligado por el atasco a la vuelta del faro... Oye, que se podía decir que, como poco, igualaba mi "grandiosa" actuación del 2019, que ya era recompensa más que suficiente después de tanto padecimiento y tan poca preparación específica para una carrera así.




Después de mojarme la cabeza en las duchas que había montado la organización en la meta, bebí y recuperé el aliento caminando por el puerto, buscando algo de avituallamiento. Saludé y desvirtualicé a Ana R., a la que solo conocía por comentar carreras por redes sociales hasta la fecha y verla subir al podio en las pruebas de la liga murciana, y seguí en mi búsqueda de algo sólido para reponer energías.

No lo había aquella tarde, y la organización fallaba, en mi opinión, en ese sentido al organizar la prueba. No tener más que agua y cerveza al llegar a la meta era, para mí, insuficiente, por mucho que nos hubieran dado melón al recoger la bolsa del corredor. Con ese calor y desgaste en la carrera, algo sólido se habría agradecido, en una prueba que no destaca precisamente  por su bajo precio de inscripción.

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En cualquier caso, y a pesar del sufrimiento, no creo que mi tercera participación en el cross haya sido la última. Me gusta la zona, aunque quede lejos de casa, el ambiente de carrera popular de siempre es una gozada y una carrera tan explosiva en verano, para no dormirnos en vacaciones, creo que viene bien. Haberla sufrido tanto en esta edición me deja con ganas de volver para correrla con mejores sensaciones y para bajar marca, porque creo que, simplemente, habiendo llegado sin el entrenamiento de fuerza del jueves, me habría permitido hacerlo mejor de lo que lo hice. Nos volveremos a ver, maldito/bendito Cross de Cabo de Palos.


Ahora toca pensar en lo que está por llegar. En unos 15 días empezará septiembre y, con él, la vuelta a las carreras y a la actividad física "de verdad". Estoy dándole duro a los ejercicios de fuerza para llegar en forma al circuito de trail de La Marina, tengo una batalla con la dieta que todavía no acabo de ganar pero también estoy en ello y, por el camino, ¿quién iba a decirlo?, mis próximas dos carreras serán de asfalto, a finales de agosto la carrera del amanecer de Sta. Pola (¿cómo es que nunca he corrido esta clásica del verano?) y a mitad de septiembre, un 5k asfaltero puro, la carrera benéfica de la policía nacional al lado de la que ha sido mi casa toda la vida, en San Blas (Alicante). Después, Trail Faldes Puig Campana y a empezar el circuito de La Marina en octubre. De momento, bien de motivación. A ver lo que dura.

Nos leemos en breve.

Cuidaos.


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