CONFRIDES TRAIL AITANA 2022


Faltó muy poco la noche anterior para no poner el despertador y no participar en la carrera. Previsión de mal tiempo, frío, lluvia, iría yo solo a la carrera al no poder acudir Rafa conmigo por motivos familiares, poquísimo entrenamiento de montaña acumulado... ¿Qué hacía yo participando en un Trail de 19km de montaña con unos más que respetables 1000md+, donde casi la mitad del desnivel se subía en la primera mitad de la carrera?

Al final no caí en la tentación de quedarme en la cama y a las 6:00AM ya estaba en pie. Un desayuno rápido y ligero y camino a Confrides, que había por delante una hora de camino con un tramo final por carretera nacional sinuosa y estrecha acompañada de un paisaje que ya anticipaba cómo iba a ser el escenario de la carrera esa mañana. Nubarrones grises y niebla espesa, humedad altísima y mucho frío. El viento al menos no se unía a la fiesta climatológica, aunque probablemente en la cima de Aitana, el punto más alto del recorrido y de la ciudad de Alicante, las condiciones meteorológicas serían más duras, a más de 1500m de altura.

Sin haber llegado a la diminuta población confridina (apenas 300 habitantes, creo), ya tocaba dejar el coche en la cuneta, siendo imposible aparcar cerca de la salida. Había tardado más de lo esperado y tocaba ir con prisas, una sensación que odio antes de una carrera. La lentitud de la recogida, con solo 2 personas para dar los dorsales, no ayudaba a calmar mi impaciencia y nerviosismo. Hacía mucho frío, como estaba previsto, y la niebla baja añadía al ambiente una humedad altísima. Tocaba cambiar mis planes en cuanto a vestuario y el reloj avanzaba rápido hacia la hora de salida.

Con el dorsal en la mano volví rápidamente al coche, cambié la térmica de manga corta por una de manga larga, me la jugué y mantuve el pantalón corto y eché a la mochila gorro, gorra, chubasquero, guantes y una camiseta térmica corta, en previsión de un posible aguacero a media carrera que me obligara a cambiarme a media carrera. Lo que me faltaba, pensé, peso extra encima.

Saludé a Miguel Navarro, inconfundible con su indumentaria florida y siempre transmitiendo una positividad contagiosa, a Enrique de Matinadors y terminé de prepararme para la carrera. Me puse un gorro y unos guantes aparte de los que llevaba en la mochila y salí corriendo hacia el arco de salida, con el tiempo justo para meterme en el pelotón, guardar el teléfono y poner en marcha el Garmin. En dos o tres minutos, a ritmo de AC/DC, nos poníamos en marcha. ¿Qué hacía yo allí, me repetía, entre tanta gente que durante la recogida del dorsal hablaban de sus ultras recientes y futuras y competiciones en las que no me atrevería a participar ni aunque me pagaran?



Salimos a buen ritmo, cuesta abajo, del pequeño casco urbano de Confrides y tomamos una pequeña cuesta de asfalto dirección a Aitana. Rápidamente pisábamos pista y el camino se estrechaba, obligando a correr/trotar/caminar en fila de uno. Bien, pensé. Sin haberlo pretendido estaba más o menos a mitad de pelotón y el grupo me frenaba en esos caminos estrechos que ya subían suavemente, pero sin pausa.

Me adelantó Miguel, algo que di por bueno, según comenté con él, ya que si yo iba por delante de él probablemente me estaba excediendo en el ritmo de carrera. La pista se abrió y permitió seguir subiendo ya con comodidad, por camino nada técnico y muy cómodo de pisar.

Fui alternando trote con caminata rápida y decidí montar los bastones que llevaba plegados en el cinturón. Este corre-trota-anda me permitió seguir de cerca a Miguel y ganar puestos, mientras disfrutaba de un paisaje que, sin estar despejado ni permitir vistas panorámicas impresionantes, era también muy atractivo. La niebla era espesa y dejaba ver no más de 10-20m delante de nosotros en algunos tramos, y a los lados solo dejaba ver los árboles más cercanos y el camino que pisábamos, verde y húmedo, solo roto por las rodadas de los vehículos que habían pasado por allí alguna vez.


Me notaba fuerte subiendo y en algún momento del ascenso decidí que, por una vez, iba a intentar seguir la estela de Miguel. Tal vez era un suicidio deportivo y, o reventaba en el intento subiendo, o lo podía seguir hasta la cima, pero una vez allí me tenían que bajar no sé cómo porque me quedaba vacío. Me la jugaría y a ver qué salía.

De camino al avituallamiento pudimos saludar a Kiko de 15 cumbres mientras hacía fotos, y una vez allí, la falta de vasos me dejó un poco fuera de juego. Creo que llevaba uno en la mochila, pero no me apetecía parar a buscarlo. Tampoco tenía sed, pero tal vez debía beber. Al final decidí llevarme un trozo de barrita densa e intragable y beber de mis provisiones, casi ahogándome de nuevo cuesta arriba, mientras perdía de vista a mi referencia vestida de girasoles.

Alterné de nuevo trote con carrera, y me puse de nuevo a rueda de Miguel, que me animaba a seguirle. "¡Vamos, que estás subiendo muy bien, sigue así, que queda poco!" Y ahí estuve, a 10-20m como mucho, siguiéndole. Si él adelantaba a alguien, yo también pegaba un estirón y adelantaba. Las piernas respondían, aunque gracias a un vídeo que había visto días antes sabía que la traca final, el tramo más duro estaba por llegar y controlaba en todo momento mantener una pequeña reserva de energías. Pasada una fuente (¿font Partagat? no recuerdo...), el camino bajaba unos metros, pero aquello era la calma antes de la tempestad.

El sendero ganaba de repente inclinación llegando a niveles no sufridos hasta el momento en la carrera. Seguía pegado a Miguel, preguntándole si aquello podía ponerse peor todavía de camino a la cima. "Bueno, la parte de roca final es complicada también..." Mejor no pensarlo, me dije. Mejor distraerse con el espectacular paisaje nublado y tirar para arriba sin darle vueltas a la cabeza.


Me felicité por haber cogido los bastones. Aquello se ponía muy vertical. "Como el Superman", decía Miguel, en referencia a la roca pintada que hay hacia el final de la subida al Cabeçó d'Or por Caldera. No le faltaba razón. La inclinación y el terreno recordaban mucho a aquel ascenso.

Como anticipó Miguel, todavía tendríamos que superar una pared de roca en la que hubo que usar las manos para subir, con los ánimos del fotógrafo oficial que se había plantado allí, con el frío y el viento que había en esa zona ya nada resguardada, bromeando con los corredores y echando fotos (cómo se agradeció cualquier palabra de aliento allí arriba)

Dejada atrás la roca, al fin, la cima. Nos recibía la niebla más espesa de todo el recorrido, mientras seguíamos las balizas pegadas a la valla de la base militar, cresteando ya en llano.


Soldados y protección civil nos guiaban camino a la salida, mientras el viento, el frío y la humedad invitaban a salir corriendo de allí. Curioso contraste de sensaciones. Sin vistas espectaculares por culpa de la niebla, con camino muy poco visible.... y aquello me estaba gustando muchísimo. Notaba el esfuerzo en las piernas, pero como comentaba con Miguel, solo haber podido seguir su ritmo hasta la cima ya era un éxito para mí. Encaraba la segunda mitad de la carrera muy motivado. A ver qué pasaba cuesta abajo a partir de ahí, le dije.



Cogí un trozo de sándwich de nocilla en el avituallamiento y troté suave al lado de Miguel. Me comentó que, hasta el siguiente avituallamiento, el que habíamos visto en el km 5, todo el camino sería bajada una vez dejáramos atrás un pequeño tramo nada técnico alejándonos de la cima.

Me lancé cuesta abajo sin frenos por la carretera, pero me desvié en algún momento y acabé dentro de un recinto vallado para una antena (los pobres corredores que me siguieron acabaron dentro también)

Maldije, corregí el rumbo y aunque me alcanzó Miguel de nuevo, apreté cuesta abajo hacia el avituallamiento, dejando a mi acompañante atrás.

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Estaba cansado, pero si el camino era tan cómodo como parecía, hasta el final, deshaciendo lo subido, podía salirme una buena carrera.

Pasaron 2 km rapidísimos, a 4:30/km según vi después en el reloj. Agradecí los ánimos de los voluntarios del avituallamiento del km 5 (km 13 aprox. de vuelta), todavía con sentimiento carnavalero, disfrazados y con música, y empecé a notar que me quedaba sin batería, sin fuerzas. Aun así, dejé pasar la comida y bebida que ofrecían.

Voluntarios/as del avituallamiento

Mis estados anímico y físico siguieron empeorando. En llano costaba mucho mantener el ritmo y al más mínimo repecho necesitaba echar a andar. No quedaba mucho por delante, apenas 3km, calculé. El paisaje era visible a muchos metros a la redonda, ya sin niebla. Las vistas eran nuevas para mí, aunque estuviera deshaciendo camino, así que no tenía la sensación de estar repitiendo recorrido, pero ni por esas. La crisis mental y física estaba ahí para quedarse un rato.

Paré, plegué los bastones y bebí. Me superó Miguel, que alejándose poco a poco me preguntó si estaba todo en orden. "Estoy bajo mínimos, solo eso, ahora intento seguirte", alcancé a decir. Pero no, no era posible seguir a mi liebre en ese momento. Lo intenté unos metros, aprovechando que el camino seguía siendo muy corredero, pero se unió a la fiesta de las malas sensaciones una amenaza seria de rampa detrás del muslo izquierdo.

Tocaba aflojar. Troté como pude, perdí 2 o 3 puestos, y cuando llegó una parte ligeramente más técnica (ninguna lo era, en realidad), decidí parar. Agua, pastillas de sales (sin mucha fe en su efectividad a esas alturas de la carrera) y aliviar vejiga, algo que ya no podía retrasar más.

Me sorprendió no ser adelantado por muchos corredores en esa breve parada. El grupo se había estirado mucho y, si solo perdía 3-4 puestos respecto a Miguel, algo me decía que incluso con la parada y mi bajón físico la carrera no se me estaba dando mal.

Arranqué con suavidad y disfruté lo que pude la bajada. Como en la subida, el terreno era blando, verde, húmedo, solo algo resbaladizo cuando sobresalía alguna roca, pero, en general, rapidísimo para quien pudiera correrlo a tope. ¡Qué bonito era aquello!


A 2 km de la meta se escuchaba la megafonía de meta en Confrides y mentalmente ponía muy cuesta arriba una distancia tan corta hasta el final de la carrera. Quería acelerar, quitarme esos 2km pronto, pero el miedo a que la rampa apareciera y me dejara fuera de la carrera con tan pocos metros por delante me frenaba.

Escuché a lo lejos al speaker dar la bienvenida a la meta a Miguel. Miré el reloj y las vistas que tenía delante y calculé que en menos de 5' minutos estaría allí yo.

Dejaba el camino de tierra y cogía de nuevo asfalto. No había público y me tenía que guiar solo por las balizas. Por suerte, el camino a la meta no subía a la parte más alta del pueblo y era todo llano. Un giro de 90 grados a la izquierda me dejaba, casi sin tiempo a pensar, en el arco final, parando el reloj oficial en 2:24:52, 2:24:23 reales, posición 87 de 260, 41 de 77 en mi categoría y 83 de 191 hombres.


¡Gracias mil, Miguel!

Saludé a Miguel, que solo se me había escapado unos 3 minutos. Le agradecí las felicitaciones sobre mi carrera, y agradecí de corazón que me hubiera permitido seguirle de cerca, de buena gana, y que me animara durante el camino. Era "culpable", y así se lo dije, de que hubiera salido tan bien la carrera (me repito: ¡Gracias!)

Tocaba recoger la camiseta de la carrera (camisetaza de TugaWear), reponerse con bocadillos de carnaza a la parrilla (chorizos, salchichas, morcillas....) y cerveza quien la bebiera y felicitarse por el carrerón de aquella mañana, saludando por el camino a José Luís Sogorb, después de no habernos cruzado desde San Vicente 2019 y descubriendo antes de despedirnos de Confrides su web con rutas de Trail




Pobres, los muchos que no se presentaron ese domingo por miedo al mal tiempo. Se perdieron, en mi opinión, una carrera espectacular y montada de manera ejemplar. La había disfrutado muchísimo, había aguantado muy bien el bajón mental y físico del km 17 y, pese a esa bajada de ritmo, me había colado en una posición general, de categoría y de género más que buena a mi nivel. La motivación para seguir preparando el maratón de mayo seguía ganando puntos y qué mejor sitio para renovar fuerza moral que el mismo lugar que espero me vea estrenarme en el maratón de montaña, me dije.

Toca afinar algunos detalles (un par de kg tal vez, afianzar el entrenamiento de fuerza de nuevo, mejorar alimentación) y empezar a acumular km de monte "de verdad", con más km semanales, más desnivel y tiradas largas "serias" el fin de semana, pero creo que el camino iniciado en la media de Alicante y el pasado domingo en Confrides es el correcto hacia mi meta de mayo.

La próxima parada trailera con dorsal será a finales de marzo, el 27, en los 25km del Trail de Onil. Hasta entonces, a seguir trabajando.

Os cuento cómo va todo en la siguiente entrada del blog.

Cuidaos.


Comentarios

  1. Enhorabuena!!! Hiciste un carreron!! A seguir así!!💪💪💪💪

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    1. Gracias de nuevo, Miguel, por pasarte por aquí y por la compañía en la carrera. ¡Sigamos! :-)

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  2. Brutal crónica, apuntó esa carrera a la lista de imperdonables

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    Respuestas
    1. Gracias, Gal. Tal vez en otras condiciones, sin niebla, viendo el paisaje "real" y sin cogerme en buena forma, hablaría de otro modo de la carrera. Pero por mi experiencia, esta hay que correrla una vez por lo menos (y ojalá coincidamos cuando la hagas tú)

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